Beneficios de las certificaciones para pequeños productores

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Las certificaciones impulsan a los empresarios a un mercado más amplio. Un punteo sobre el gran cambio que generan.

En un escenario donde los consumidores demandan cada vez más productos sostenibles, éticos y trazables, las certificaciones agrícolas  ya no son una opción solo para las grandes empresas exportadoras, sino una necesidad para todos los actores del sector.

Hoy, las certificaciones ambientales, sociales y de comercio justo son una herramienta estratégica para el desarrollo de los pequeños productores, abriéndoles puertas a mercados más exigentes, pero también impulsando sus ingresos y promoviendo prácticas más responsables con el medio ambiente.

A pesar de los desafíos que requiere su implementación, las certificaciones son cada vez más accesibles si se aplican con el uso de nuevas tecnologías, alianzas institucionales y programas de apoyo, que reconocen su impacto transformador en las comunidades rurales.

De los grandes a los pequeños productores, el alcance de las certificaciones

Para los pequeños agricultores, obtener una certificación como orgánica  o una certificación de agricultura regenerativa, puede implicar más que un cambio en sus procesos productivos sino que  es la llave que les permite acceder a nichos de mercado con mayor valor agregado.

Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), los productos certificados pueden tener precios entre un 20% y un 60% más altos en mercados internacionales. Esto no solo beneficia al productor individual, sino que también genera un efecto multiplicador en toda la comunidad rural.

Sin embargo, uno de los grandes obstáculos para acceder a certificaciones es la carga burocrática y los costos asociados a la documentación y auditorías. Sin embargo, la innovación tecnológica ha comenzado a transformar este escenario.

El uso de plataformas digitales, aplicaciones móviles y blockchain permitió a cooperativas y asociaciones de productores documentar de forma ágil sus procesos, mejorar la trazabilidad de los productos y reducir los costos operativos. 

Herramientas como AgTrace, Farmforce o Satelligence son utilizadas por organizaciones rurales para gestionar sus datos de producción, garantizar transparencia y facilitar el cumplimiento de estándares internacionales.

Y es a través de una app, muy fácil de usar, que los productos pueden realizar el registro de su  uso de insumos, las fechas de cosecha, prácticas de conservación del suelo y demás movimientos. De esta forma, pueden realizar informes automáticamente.

Si bien las certificaciones son una puerta al mercado, su verdadero potencial está en el cambio estructural que promueven a nivel local. La adaptación de prácticas certificadas genera mejoras en el manejo del suelo, la conservación de fuentes de agua, la biodiversidad y la resiliencia frente al cambio climático.

Por ello, el acceso de los pequeños productores a certificaciones no sería posible sin el apoyo de estratégicas entre organizaciones no gubernamentales, instituciones estatales, cooperativas, empresas exportadoras y plataformas tecnológicas.

En muchos países de América Latina, ya existen programas nacionales de sostenibilidad agrícola que sirven para capacitar a productores, financiar procesos de certificación y facilitar el acceso a tecnologías.

También organismos como la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación (COSUDE) o la GIZ alemana financian proyectos de certificación colectiva que reducen los costos individuales para los productores.

Además, un fenómeno que crece a gran escala en el mundo de las certificaciones es la transición hacia esquemas más integrales, como la agricultura regenerativa, que no solo busca reducir el impacto ambiental, sino regenerar ecosistemas y mejorar la salud del suelo.

Certificaciones como RegenAGRI, Land to Market o Ecovida están comenzando a ser usadas  por cooperativas de pequeños productores que ven en esta tendencia una oportunidad para posicionarse como líderes de un nuevo paradigma agrícola.

Uno de los aspectos menos visibles pero  de gran importancia que genera las certificaciones es su capacidad para fomentar la innovación a nivel local. Al utilizar prácticas de mejora continua y monitoreo, muchas certificaciones incentivan la adopción de nuevas tecnologías agrícolas, como sensores de humedad, sistemas de riego eficiente o bioinsumos desarrollados localmente.

Esta innovación no solo aumenta los estándares de producción, sino que también abre oportunidades para alianzas con universidades, centros de investigación y startups agro-tecnológicas, que ven en los pequeños productores una opción para escalar soluciones sostenibles y de bajo costo.

Por otro lado, las certificaciones también pueden ser un punto de partida para construir modelos de negocio más justos y participativos. 

Por ello, las certificaciones agrícolas ya comenzaron a  representar  una herramienta poderosa para transformar realidades en el campo. Cuando se combinan con innovación tecnológica, apoyo institucional y participación comunitaria, pueden conseguirse resultados de sostenibilidad, equidad y desarrollo económico local que responden a las necesidades de todos los involucrados. 

En tiempos de crisis climática, pérdida de biodiversidad y desigualdad social, apostar por pequeños productores certificados es también una mirar hacia el futuro de la industria,  donde la agricultura no sea parte del problema, sino de la solución.

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