Los pequeños productores suelen estar acostumbrados a hacer todo ellos mismos. Siembran, cosechan, cuidan el suelo, arreglan la maquinaria, van a ferias, se encargan de las ventas, los papeles, los costos… y a veces todo eso sin mucho apoyo técnico o financiero. Por eso cuando alguien les habla de certificaciones, la reacción más común es de duda o cansancio.
Pero detrás de esa palabra tan formal, hay oportunidades reales. Las certificaciones no son solo un papel. Bien aplicadas, pueden abrir muchas puertas en especial, para los productores más chicos, esos que todos los días pelean para seguir en pie. Hablamos de la posibilidad de acceder a mercados más exigentes, de vender mejor sus productos, de cuidar el ambiente sin bajar los rindes y de sumar valor al trabajo que ya vienen haciendo.
Claro que no es fácil. Ningún cambio profundo lo es. Pero cuando se logra los resultados se notan. No se trata solo de cobrar un poco más por una bolsa de tomates o una tonelada de maíz. Se trata de empezar a ser parte de otra conversación, de otra lógica, donde lo pequeño no es sinónimo de informal ni lo artesanal significa poco serio.
En este camino, el acompañamiento es clave. Empresas como Agro Sustentable vienen trabajando para que más productores puedan animarse a dar ese paso. No están solos. Hay un equipo técnico que los asesora, los capacita y los acompaña en todo el proceso. Desde cómo organizar un lote para cumplir con las buenas prácticas hasta qué tipo de registro es necesario llevar para pasar una auditoría. Según Matías Imperiale, Director Operativo de la compañía, lo más importante es que el productor entienda por qué lo hace. Cuando eso pasa, el resto fluye.
Más que un sello, una herramienta de crecimiento
Una certificación puede ser orgánica, de buenas prácticas agrícolas, de agricultura regenerativa, de comercio justo o de manejo responsable de productos químicos. Hay muchas opciones y no todas sirven para todos. Lo que cambia, según el caso, es la exigencia del mercado y los objetivos del productor. Pero en todos los casos el foco está puesto en hacer las cosas bien y poder demostrarlo.
Para los pequeños productores la ventaja principal es el acceso a mercados diferenciados. En muchos casos los compradores que piden certificaciones pagan precios más altos o se comprometen con contratos más estables. Eso da previsibilidad, algo que siempre hace falta en el campo. Además, les da la posibilidad de contar su historia, de mostrar que lo que producen tiene una lógica de cuidado no solo de rendimiento.
Otra ventaja fuerte es el orden. Suena simple, pero es clave. El proceso para certificar obliga a llevar registros, a planificar mejor, a medir lo que se hace. Eso, en el día a día, ayuda a tomar decisiones más claras y a evitar errores. Cuando uno tiene todo anotado es más fácil ver qué funciona y qué no y si aparece algún problema, también es más fácil rastrear el origen.
Muchas veces las certificaciones permiten acceder a asistencia técnica o financiamiento. Hay programas públicos y privados que ofrecen apoyo a quienes se certifican. A veces son subsidios, otras veces créditos con tasas más bajas o capacitaciones sin costo. Es una especie de “reconocimiento formal” que le dice al sistema: este productor está haciendo las cosas bien, vale la pena acompañarlo.
Sin embargo, el proceso puede ser largo y hay que estar dispuesto a hacer cambios. A veces implica dejar ciertos productos, adaptar prácticas o invertir tiempo en capacitaciones. Por eso es tan importante que el productor no lo vea como una obligación externa, sino como una oportunidad para mejorar.
Ahí es donde Agro Sustentable marca la diferencia. Su equipo técnico no baja recetas, no llega con el cuadernito lleno de reglas. Lo primero que hacen es escuchar. Entender qué hace el productor, cómo trabaja, qué recursos tiene, qué busca y a partir de ahí, construyen un plan posible. Porque no hay dos campos iguales ni dos productores que piensen igual.
Muchos de los productores que trabajan con Agro Sustentable cuentan que, más allá del sello, lo que más valoran es haber aprendido. Algunos ahora hacen compost, otros redujeron el uso de químicos, otros encontraron formas más eficientes de regar o de conservar el suelo. Lo importante es que ya no ven la certificación como un trámite molesto, sino como una parte del crecimiento.
Las certificaciones no son una moda ni un capricho burocrático. Son una forma concreta de mejorar, de abrir caminos, de hacer visible un trabajo que muchas veces queda escondido. Para los pequeños productores pueden ser una palanca de cambio.
Para Matías Imperiale esto no se trata de tener un sello para colgar en la pared. Se trata de que el productor esté mejor. Que produzca mejor, que venda mejor y que viva mejor. Cuando eso pasa, la certificación deja de ser un papel y se convierte en algo mucho más potente: una herramienta de transformación real.