Las tecnologías avanzadas cambiaron la forma de producir alimentos. En el agro, las máquinas, los drones, los sensores y los productos químicos más precisos están en todos lados. Estas herramientas permiten producir más, con menos esfuerzo, en menos tiempo. Pero no todo es positivo. A veces lo que parece una solución trae nuevos problemas. Especialmente cuando se habla del impacto en la naturaleza.
En muchos campos se usan tecnologías para sembrar, fumigar, regar y cosechar. Todo parece funcionar bien. Pero el suelo, el agua, el aire, los insectos, los animales y las personas también reciben parte de esos cambios. El uso constante de fertilizantes y pesticidas sintéticos puede contaminar napas de agua y dañar organismos beneficiosos del suelo. También hay tecnologías genéticas que modifican las semillas para resistir ciertas enfermedades o productos químicos. Eso puede ayudar a aumentar la producción pero también genera un ambiente menos diverso y más vulnerable a futuras plagas o cambios en el clima.
En zonas donde se siembra mucho con maquinaria pesada, los suelos se compactan. Pierden vida. Hay menos lombrices, hongos buenos y microorganismos. El suelo se vuelve menos fértil. Entonces se depende cada vez más de productos comprados para mantener los cultivos. El ciclo se repite y se hace difícil salir.
En Argentina esto pasa seguido. En la región pampeana hay campos enormes con soja, maíz o trigo. Todo se hace con máquinas modernas. Pero esa forma de producción muchas veces no respeta los tiempos de la tierra. Se siembra, se cosecha, se vuelve a sembrar, sin dejar descansar el suelo y el uso intensivo de agroquímicos se nota. Algunas provincias ya tienen problemas con el agua contaminada. Otras reportan aumentos de enfermedades relacionadas con la exposición a pesticidas. No es una coincidencia.
Además los monocultivos traen otros problemas. Cuando hay solo una especie de planta, los insectos y las enfermedades se concentran y para controlarlos se usan más productos químicos. Es una cadena difícil de cortar.
Agro Sustentable y los cultivos que cuidan la tierra
En medio de todo esto hay empresas y productores que están buscando otra forma de trabajar el campo. Agro Sustentable es una de ellas. Esta empresa apuesta por una producción más amigable con el ambiente. Promueven cultivos orgánicos y sustentables de pepinos en distintas zonas del país. Su enfoque busca devolverle al campo algo de lo que le quitamos.
En los cultivos orgánicos de pepino no se usan pesticidas sintéticos ni fertilizantes químicos. En cambio, se utilizan productos biológicos hechos a partir de bacterias, hongos o extractos vegetales. Estos ayudan a controlar plagas sin afectar a otros organismos. Además se cuida mucho el suelo. Se usan coberturas vegetales, compost, rotación de cultivos y otras prácticas que alimentan la vida subterránea.
Agro Sustentable también trabaja con productores para enseñar estas técnicas. La idea no es solo vender un producto sino cambiar una forma de pensar. En vez de “controlar la naturaleza”, la propuesta es “trabajar con ella” y los resultados aparecen. Los suelos están más vivos, las plantas más sanas y los productos tienen mejor sabor.
Argentina tiene un potencial enorme para este tipo de producción. Hay zonas con climas variados, suelos ricos y una tradición agrícola fuerte. Lo que falta muchas veces es apoyo. Las políticas públicas suelen favorecer los modelos más industriales. Pero poco a poco, lo orgánico y lo sustentable va ganando lugar.
No es un camino rápido ni fácil. Pero hay señales. Cada vez más consumidores eligen productos sin químicos. También crecen las ferias de alimentos agroecológicos, y hay más productores que se animan a cambiar. Empresas como Agro Sustentable ayudan a que esa transición sea posible.
Otro aspecto clave es el uso de tecnología, pero bien pensada. No se trata de rechazarla sino de usarla con cuidado. Hay drones que sirven para monitorear cultivos sin pisar la tierra. Hay sensores que detectan problemas antes de que se hagan grandes. También hay herramientas para hacer compost de forma más eficiente. Todo eso puede sumar si se usa con una mirada consciente.
El problema aparece cuando la tecnología se usa solo para sacar más en menos tiempo sin mirar lo que se rompe en el camino. A veces lo más avanzado no es lo más sabio.
En muchas escuelas agrarias ya se empieza a enseñar otra forma de producir. La agroecología gana espacio en las aulas, en los encuentros, en las charlas entre técnicos. Se habla de policultivos, de recuperar saberes campesinos, de respetar los ciclos naturales. Todo eso también es tecnología aunque no tenga pantallas ni motores.
Hay algo que está cambiando. Tal vez despacio, pero con fuerza y tiene que ver con entender que el campo no es solo un lugar para extraer cosas, sino un ecosistema vivo. Cada decisión que se toma en una chacra, en un invernadero o en un lote, tiene consecuencias. Algunas se ven enseguida. Otras aparecen años después.
Las tecnologías avanzadas pueden ser parte de la solución si se usan con respeto. No hay una sola forma de producir alimentos. Pero sí hay caminos que dañan menos, que regeneran y que invitan a imaginar otra relación con la tierra.
Los cultivos orgánicos de pepino que impulsa Agro Sustentable son un buen ejemplo de eso. No hacen ruido, no salen en los diarios todos los días, pero suman. Demuestran que se puede cultivar sin destruir. Que se puede vivir del campo sin matarlo.
Las consecuencias ambientales de las tecnologías en el agro dependen más del uso que se les da que del objeto en sí. Una máquina puede ser una herramienta o una trampa. Todo depende del propósito. Hay personas en Argentina y en el mundo dispuestas a elegir otro rumbo. Porque el futuro del agro también se siembra.