Algo está pasando en el campo que no se ve en los titulares pero sí en los cultivos, en los galpones y en la forma de pensar de muchos productores. Durante décadas la agricultura se movió al ritmo de la eficiencia y el rendimiento. Lo importante era sacar más, en menos tiempo y al menor costo posible. Pero en varios rincones del país ese modelo empezó a mostrar sus límites. Suelos agotados, comunidades rurales invisibilizadas, trabajadores expuestos a químicos peligrosos y negocios que no siempre piensan en el largo plazo. Así fue como la idea de producir con propósito empezó a hacerse lugar.
Las Empresas B aparecieron justo en ese momento como una propuesta diferente. No se trataba de ponerle un cartel bonito al emprendimiento, sino de replantear cómo y para qué se produce. El campo argentino, con su riqueza y su historia, se convirtió en un terreno fértil para ese cambio. Las certificaciones B empezaron a entrar a tambos, campos frutales, cultivos extensivos, huertas intensivas y empaques y no llegaron como imposición desde escritorios lejanos sino como respuesta a algo que se venía sintiendo en el día a día: las cosas pueden hacerse mejor.
Para lograr esa certificación las empresas agrícolas tienen que revisar todo lo que hacen. Desde cómo tratan a su equipo hasta qué impacto tienen sus decisiones en el suelo, el agua y los vecinos. No alcanza con reciclar cartón ni con usar menos plástico. El proceso exige cambios reales y sostenidos y eso implica escuchar, evaluar, aprender y adaptarse. Algunas empresas lo ven como un desafío, otras como una oportunidad. Las que lo abrazan con decisión descubren que no sólo es posible sino que además tiene beneficios concretos
El cambio desde las raíces
Uno de los impactos más importantes está en la forma de trabajar con las personas. Las empresas que buscan la certificación B tienen que garantizar buenas condiciones laborales, oportunidades de capacitación, seguridad y respeto. Eso genera algo distinto en el clima interno: los equipos no sólo trabajan, también participan, opinan, proponen y se sienten parte de un proyecto más grande. Hay menos rotación, más compromiso y una cultura más sana.
En paralelo también cambia la relación con el entorno. Las fincas que aspiran a ser Empresas B deben pensar qué dejan, no sólo qué sacan. Eso se traduce en programas de compostaje, gestión del agua, cuidado de la biodiversidad y vínculos con escuelas o cooperativas locales. En muchos casos, lo que empezó como una exigencia terminó convirtiéndose en orgullo: los mismos productores muestran su sistema de reciclaje, sus charlas con vecinos o sus reservas naturales como parte esencial de su trabajo.
El manejo del suelo también gana protagonismo. Ya no se trata de exprimir cada hectárea, sino de regenerarla. Aparecen rotaciones más inteligentes, coberturas vegetales, menos labranza, más microbiología. El suelo deja de ser sólo soporte y se convierte en un actor principal. Esa mirada de cuidado lejos de bajar la productividad, muchas veces la mejora. Cuando se cuida lo vivo, todo responde mejor.
Las Empresas B también invitan a repensar qué se cultiva y para quién. En vez de seguir recetas estándar se eligen variedades adaptadas a cada zona, se estudia la demanda real y se ajustan las prácticas para lograr alimentos que nutren y respetan el ecosistema. Ya no se trata de copiar lo que funciona lejos sino de diseñar soluciones con identidad local.
Agro Sustentable viene marcando una diferencia real dentro del campo argentino. Su enfoque no sólo apuesta por prácticas agrícolas responsables sino que también se alinea con los valores que promueve la certificación de Empresa B. Al incorporar métodos de cultivo orgánico, priorizar la salud del suelo, invertir en soluciones biológicas para el control de plagas y valorar el bienestar del equipo humano, la empresa construye un modelo donde la rentabilidad convive con el impacto positivo. Esta filosofía lejos de ser un discurso decorativo, se refleja en acciones concretas que le permiten avanzar con fuerza hacia la certificación B como una herramienta de mejora continua y como un sello que acompaña su compromiso de producir con conciencia.
La certificación como motor de confianza
Obtener la certificación B no es algo que se logra en un fin de semana. Es un proceso riguroso, que exige documentación, revisión y evaluación de muchos aspectos del negocio. Pero para las empresas que lo consiguen se abre una puerta interesante. La certificación se vuelve una especie de carta de presentación que habla de valores, de compromiso y de coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
Eso impacta directamente en los vínculos comerciales. Muchas cadenas de supermercados, ferias y tiendas gourmet eligen trabajar con empresas que tengan ese sello. No es sólo por lo que se produce sino por cómo se produce. El consumidor también responde: busca, pregunta, compara y empieza a valorar lo que hay detrás de una fruta, un paquete de semillas o una botella de aceite. En ese escenario, las Empresas B se ubican en un lugar de confianza.
Estas empresas tienden a formar lazos entre ellas. Se relacionan, intercambian aprendizajes, comparten desafíos y se apoyan mutuamente. De esas conexiones surgen desde trueques de compost hasta acuerdos para optimizar la distribución o campañas que buscan hacer visible el impacto que genera el trabajo del agro. Esas alianzas ayudan a que el sector gane fuerza y pueda adaptarse con mayor facilidad a los nuevos escenarios.
El proceso de revisión y mejora que implica ser una Empresa B no permite quedarse quieto. Hay que seguir afinando el rumbo, ajustar prácticas, medir el efecto de cada decisión y mantener esa coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Eso termina generando un ambiente laboral más despierto, con ganas de aprender, que se anima a probar cosas nuevas y se mueve con energía.
Más allá del certificado lo que se transforma es la forma de mirar el trabajo. No es sólo una cuestión de papeles: es una decisión. Cuando una empresa agrícola decide ser B está diciendo que no le da lo mismo cómo se hacen las cosas. Que no todo se mide en pesos y hectáreas sino también en relaciones, ambientes y futuro.