Su rol cambió por completo en los últimos años, siendo una herramienta que garantiza prácticas sostenibles para responder a las necesidades actuales.

La agricultura del siglo XXI está atravesando una gran transformación que promete cambiar el rumbo de la industria. Con la presión de los mercados globales, el avance del cambio climático y la necesidad de garantizar la seguridad alimentaria, se desarrolla un modelo productivo que ya no solo se mide por su rendimiento, sino también por su impacto ambiental y social.
En este escenario, las certificaciones agrícolas se convirtieron en una herramienta clave para garantizar prácticas sostenibles. Sin embargo, la incorporación de innovaciones tecnológicas y estándares de sostenibilidad impactan en ella y necesitan una adaptación.
De etiquetas verdes a sistemas inteligentes
Durante décadas, las certificaciones ambientales se convirtieron en un pasaporte ecológico para los productos agrícolas siendo que diversas empresas ofrecen a consumidores y mercados una garantía de que detrás de ciertos alimentos existe un compromiso con el medio ambiente, el bienestar animal o los derechos laborales.
Sin embargo, el sistema tradicional de certificación tiene detrás una serie de cuestionamientos. El costo, la burocracia, la dependencia de auditorías presenciales y la dificultad para verificar en tiempo real las prácticas agrícolas son algunas de las cuestiones criticadas.
La tecnología es parte del cambio de este escenario, contando con un enfoque dinámico, colaborativo y transparente. Es gracias al uso de nuevas herramientas tecnológicas que permiten monitorear y certificar procesos de forma más rápida, precisa y accesible.
El uso de blockchain, que permite garantizar la trazabilidad de los productos, desde el campo hasta el consumidor, es uno de los grandes cambios que se identifica en las certificaciones verdes.
Esta tecnología da la posibilidad de registrar cada etapa del proceso productivo en una base de datos inalterable, descentralizada y abierta a todos los actores de la cadena de valor. Por ello, diversas empresas están incorporando blockchain a sistemas de certificación de prácticas sostenibles. El objetivo es reemplazar documentos físicos y auditorías puntuales por un sistema digital y continuo de verificación.
Además, con esta tecnología se podría estar frente a la posibilidad de contar una certificación participativa, que se trata de una herramienta que se encuentra en crecimiento. Propone incorporar a pequeños productores, consumidores y actores locales en la verificación de buenas prácticas, dando paso a romper con el paradigma vertical y costoso de las certificaciones tradicionales.
En este nuevo escenario, la inteligencia artificial y monitoreo satelital también tienen un rol clave debido a que la integración de sensores IoT, imágenes satelitales e IA permite tener sistemas de certificación predictiva y proactiva.
Plataformas como Satelligence, EOSDA o Agrosmart ya ofrecen monitoreo remoto de cultivos en tiempo real, permitiendo verificar parámetros clave como uso de agua, fertilizantes, cobertura vegetal o deforestación.
La calidad y eficiencia de las certificaciones verdes cambia por completo ya que esta vigilancia minimiza el margen de error, disminuye los costos y potencia una cultura de cumplimiento más sostenida en el tiempo.
Además, con el uso de IA se identifican datos que permiten anticipar prácticas que sean un riesgo ambiental. De esta forma, con estas alertas previas se puede reducir el daño actuando con anticipación. Este enfoque pone a la certificación en una herramienta utilizada para mejora del área.
Otro cambio crucial en el futuro de las certificaciones verdes es el desplazamiento del enfoque “libre de daño” hacia uno de “impacto positivo”. En lugar de solo medir si una práctica no contamina o no deforesta, se pretende evaluar su capacidad para regenerar suelos, capturar carbono, restaurar biodiversidad y fortalecer comunidades locales.
Certificaciones como Land to Market aplican métricas regenerativas basadas en el Ecological Outcome Verification (EOV), que mide indicadores como retención de agua, biodiversidad del suelo y estabilidad ecológica. Para su uso, se necesitan tecnologías pero también promueven un enfoque más integral de la sostenibilidad.
Asimismo, el futuro de las certificaciones verdes también se enfoca en democratizar su acceso, ya que algunas de ellas son prohibitivas para pequeños y medianos productores debido a sus altos costos y exigencias administrativas. Para resolver esto, están surgiendo modelos más inclusivos y colaborativos.
También surgen plataformas digitales abiertas que facilitan la autoevaluación de sostenibilidad, como Cool Farm Tool, que permite calcular la huella de carbono y agua de las fincas agrícolas, o OpenTEAM, una red global que cuenta con herramientas digitales para el monitoreo regenerativo y la toma de decisiones agrícolas sostenibles.
Por ello, en este escenario las certificaciones del futuro deberán ser más que un sello y tendrán que convertirse en sistemas vivos de verificación, mejora y confianza.
Para lograrlo, es de gran importancia poder contar con recursos y acciones entre gobiernos, empresas, organismos científicos y sociedad civil.
La revolución tecnológica y la urgencia ambiental están rediseñando el rol de las certificaciones agrícolas. Del papel al satélite, del sello al sistema inteligente, lo que está en juego no es solo la confianza del consumidor, sino el futuro de los recursos y comunidades rurales.
Querer contar con certificaciones más verdes, tecnológicas e inclusivas responde a una necesidad para asegurar una agricultura capaz de alimentar al planeta sin comprometer su equilibrio.